Juliana Alvarado

Eres el visitante número:

miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Qué otra cosa puedo hacer?


Si no olvido, moriré.

jueves, 13 de octubre de 2011

Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
hay la espera de mí.
Y esta espera es otro modo de presencia,
la espera de mi retorno.
Yo estoy en otros objetos,
ando en viaje dando un poco de mi vida
a ciertos árboles y a ciertas piedras
que me han esperado muchos años.

Se cansaron de esperarme y se sentaron.

Yo no estoy y estoy.
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera.
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
y yo querría el de ellos para expresarlos.

He aquí el equívoco, el atroz equívoco.

Angustioso lamentable,
me voy adentrando en estas plantas,
voy dejando mis ropas,
se me van cayendo las carnes,
y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas.
Me estoy haciendo árbol cuántas cosas me he ido convirtiendo en
otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura.

Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación.

Hay que guardar silencio, esperar en silencio.

sábado, 12 de febrero de 2011


La revolución en mi cabeza, la vulnerabilidad, las mil millones de hormigas negras diminutas moviéndose desde mi encéfalo hasta las uñas de mis extremidades, perforando mi anima, el agujero negro de mi angustia incesante se vuelve cada vez más frío, me convierto en una máquina de obsesiones, sacrificaría cualquier cosa por ser libre de mi misma, quiero paz, no necesito estúpidas terapias, ya me cansé de ello, ya me cansé de medicamentos, quiero terminarlo, quiero degustar la vida fuera de mis demonios, no estoy satisfecha con nada, estoy harta, de ellos, de todos, de ésta acidéz, del hecho que la persona más maravillosa en mi vida, ahora es polvo.  Tengo miedo del futuro, soy tan humana, tan horrible, como un jodido mal que se propaga y los dos mil ojos viéndome como si fuera parte de su imbécil juego.

Mi tempestuosa nostalgia, no la quiero más.

No quiero más pájaro moribundo ni monja crucificada, no quiero ser tierra escurridiza, ni hundirme en obscuros océanos cada noche por la maldita convivencia con la monstruosidad.